domingo, 22 de marzo de 2009

SAN SEBASTIAN 1962. OBJETIVO: MATAR A FRANCO

Extractos del libro “Los atentados contra Franco” de Elíseo Bayo

El Caudillo solía repartir sus vacaciones de verano entre Galicia y San Sebastián. Con la recepción en La Granja para celebrar el aniversario del Alzamiento, el 18 de julio solía significar el fin de la actividad política y el inicio de las vacaciones. Los ministros se dispersaban según sus preferencias en las costas o en la montaña y sólo acudían a un Consejo que se celebraba en La Coruña y, un mes después, en San Sebastián. Cada año se repetía invariablemente el mismo itinerario, pero los periódicos no daban noticia de los desplazamientos del Jefe del Estado. Sólo comunicaban que el Caudillo se hallaba ya en su destino.
Al principio del verano en una reunión de todos los miembros que integraban el “Submarino” - así era conocida familiarmente la sección D - I - se discutieron todos los pasos de una operación que pretendía “ejecutar” al Caudillo en el momento de entrar en su residencia de Ayete, en San Sebastián. Con antelación suficiente era posible minar la carretera exterior del palacio y hacer estallar las cargas en el momento en que el coche de su Excelencia entrara en la zona.
Sólo había un problema: conocer con exactitud el día y la hora de la llegada de la comitiva. La presencia de Franco en San Sebastián tenía carácter privado y no estaba prevista ninguna recepción oficial. La caravana se dirigía directamente al Palacio y al día siguiente acudían las autoridades locales y provinciales a agasajar al Caudillo.
Cipriano Mera y un dirigente libertario de procedencia vasca informaron al D - I que las conversaciones con ETA habían llegado a un punto positivo. Ambas organizaciones se repartirían la misión en los siguiente términos: ETA transportaría el material explosivo - veinticinco kilos de “plástico” - y las armas cortas del comando desde Bayona a San Sebastián por mar. ETA ayudaría al comando del D - I a moverse por el País Vasco y a protegerle en la retirada. Sin embargo, ETA no estaría al corriente de la magnitud del atentado, cuya ejecución se reservaba el D - I. Por ser historia demasiado reciente no ha sido posible divulgar los nombres de las personas que formaban parte del comando conjunto.
El enlace en Madrid para seguir los pasos del Caudillo era un militante de las juventudes libertarias que transmitía por radio mensajes cifrados. La cuenta atrás para la ejecución del atentado empezó al menos un mes y medio antes de la fecha en que se preveía la llegada de Franco a Ayete que solía ser hacia mediados de agosto.
La pequeña embarcación - una de las que por entonces pertenecía a la “flotilla ligera” de la que se servía ETA - se hizo a la mar en San Juan de Luz y amparada por el espeso tráfico pesquero del golfo de Vizcaya tocó tierra un atardecer en una playa cercana a San Sebastián. En aquella época, cuando aún no se había desencadenado la gran ofensiva etarra, la vigilancia no era excesiva y las patrullas costeras, aun sabedoras de que se realizaba un importante trasiego de contrabando, no podían prestar atención a todas las embarcaciones que pululaban en las aguas pesqueras. El comando etarra recogió las armas y el material explosivo. Debidamente empaquetado llegó también un aparato emisor de ondas fabricado por un técnico español de la CNT - hombre cuya vida supera cualquier leyenda - que había recibido el encargo de preparar varios aparatos. Entusiasmado por ese proyecto y por otros que más tarde se llevarían a cabo, Cipriano Mera había decidido contar con un “stock” importante de radioemisores. Por cierto que el técnico no los montó a partir de piezas existentes en el mercado y fácilmente controlables, sino que recurrió a los servicios de un compatriota que trabajaba en una base militar norteamericana. Ningún servicio de información francés detectó la fabricación de estos aparatos.
Mientras el enlace en Madrid se “sepultaba” para empezar a transmitir informaciones, el comando ETA entregó la carga explosiva a los enviados del D - I en San Sebastián. Debían actuar con celeridad pues era de suponer que se establecería un cordón de vigilancia en los alrededores de Ayete tan pronto como Franco saliera de Madrid para Galicia. El comando pudo moverse sin sobresaltos. Por razones de seguridad y para estar cerca de su objetivo rehuyeron las pensiones y los hoteles y se instalaron en un camping junto a la playa. Desde allí, amparándose en la oscuridad y paseando como si fueran dos parejas de novios, se internaron en el monte. Eligieron el tramo de la carretera que conduce a Ayete idóneo para el atentado: visible desde la posición en que se situaría el comando que haría estallar la carga mediante onda y suficientemente ancho para que el coche de su Excelencia se acercara a la zona minada siendo observado por los activistas. El comando procedió a excavar un pequeño túnel desde la cuneta. En pocas horas quedó terminada la operación, incluida la evacuación de la tierra. Depositaron en el interior veinticinco kilos de “plástico”, más que suficientes para cumplir el objetivo. El comando dejó “dormir” el explosivo sin colocar las pilas eléctricas que recibirían la onda para provocar la explosión. Todo dependía ya de la suerte. El atentado había sido reproducido en una base de entrenamiento en Francia y se conocía el comportamiento y la duración de las pilas. No podrían permanecer más de siete días enterradas, lo que añadía una dificultad seria al proyecto. Tendrían que ser colocadas no más de una semana antes de la llegada de la comitiva. La vigilancia se habría incrementado notablemente, pero el comando se consideraba capaz de burlarla para introducir las pilas y poner en marcha el mecanismo. Siete días. La responsabilidad de la acción recaía a partir de entonces en el enlace de Madrid que tendría que seguir a Franco en sus desplazamientos por el Norte de la Península.
El 17 de julio el pueblo de Madrid tributó un homenaje a Franco. Doscientas setenta y cinco mil personas le aclamaron con motivo de la entrega de siete mil quinientas viviendas construidas en el Gran San Blas. Durante el último decenio Madrid había crecido en un 36 por 100. Al día siguiente se celebró la tradicional recepción en La Granja, con motivo del XXVI aniversario del Alzamiento. Franco podía considerarse satisfecho de su buena estrella. La tormenta contra su Régimen había amainado. En el campo internacional - a pesar de que las democracias occidentales seguían mostrándose reticentes - había triunfado. Quedaban lejos los años de la nota tripartita. El Gobierno había abierto las puertas a las inversiones extranjeras y Madrid era la cita obligada de banqueros y de inversores que en los diez años siguientes llegarían a dominar las industrias clave del país. Franco llevaba veintiséis de Gobierno y contaba en esa fecha el mismo número de años que ministros había tenido: sesenta y siete. No tenía problemas con su salud y las fotografías de la época nos lo muestran asombrosamente joven. Quizás un poco demasiado gordo, pero ágil y lucido. Los rumores inventaban toda suerte de enfermedades mortales, nacidos de la impotencia y de la obstinación con que el Jefe del Estado seguía asentado en El Pardo. Poco antes había sufrido un accidente que levantó numerosas especulaciones. En una cacería su escopeta de caza se había reventado, produciéndole una lesión en la mano. También entonces se habló de atentado, perpetrado esta vez por personas que tenían acceso a la armería y al Pardo.
El martes, 24 de julio, la Prensa publica una noticia fechada el 23. Franco ha llegado a La Coruña a las ocho de la noche. Ese mismo día, un veterano faísta, Pedro Sánchez Martínez, cuya mutilación y avanzada edad no le impiden desafiar a las patrullas de la Guardia Civil, sabotea mediante tres cargas de explosivos otros tantos postes eléctricos interrumpiendo la corriente entre las ciudades industriales de Manresa y Sabadell. Le acompaña Ramón Vila Capdevila, Caraquemada. Pedro Sánchez será detenido el ocho de agosto, en un encuentro con la Guardia Civil en el Pirineo, trasladado a Barcelona y condenado a treinta años de cárcel.
Como es habitual los periódicos no han anunciado previamente el viaje de Su Excelencia y los españoles se enteran de que su Caudillo ha emprendido las vacaciones sin que se sepa si ha llegado a Galicia por carretera, en tren o en avión. El viernes 27, Franco recibe al periodista Benjamín Wells, del New York Times, acompañado de Adolfo Martín Gamero, director general de la Oficina de Información Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores. Franco no concede ninguna importancia a la agitación social que conmueve a España. Invariablemente, repite que las huelgas han sido fomentadas por el comunismo internacional y que los obreros han sido engañados por agentes a sueldo de Moscú. Entre esos “agentes” figuran hijos de leales servidores del Caudillo, ministros y Almirantes (Lacalle y Sartorius). El veinte por ciento de los presos políticos que se almacenan en Carabanchel han sido seminaristas y la mayoría de los otros procede de familias de la derecha tradicional.
Nadie hace vacaciones en el verano de 1962. Once presos, que cumplían condena en el célebre Penal de San Miguel de los Reyes por atracos a manos armada y sabotajes, culminan un ímprobo trabajo de meses. Han construido una galería subterránea que atraviesa el penal y a la que han llevado corriente eléctrica. El 31 de julio logran evadirse. La Guardia Civil se moviliza en la zona levantina y llegan refuerzos de Zaragoza. La invasión de turistas se encuentra con fuertes controles en las carreteras.
Coincidencia o no, cada atentado proyectado contra el Jefe del Estado y después contra el Presidente del Gobierno, concordará con la llegada de una importante personalidad política norteamericana. Kissienger se marchó de Madrid horas antes de que Carrero Blanco saltara por los aires a un tiro de piedra de la Embajada norteamericana. El 5 de agosto de 1962, cuando el comando de Ayete duerme esperando el día cero, llega a España en visita relámpago el embajador USA en la ONU. Adlai Stevenson aterriza en Madrid, se entrevista largamente en San Sebastián con el ministro Castiella y se reúne, en Madrid, con el Capitán General Muñoz Grandes. Existe “un completo acuerdo entre ellos” dice la nota oficial. El día siete de agosto Franco preside un Consejo de Ministros en La Coruña. El ocho presencia una corrida de toros.
El enlace, que se hospeda en una pensión de La Coruña, se impacienta. Trata de conseguir inútilmente una pista sobre los proyectos del Caudillo. Indaga discretamente en las redacciones de los periódicos y recorre el camino de El Pazo de Meirás. La escolta del Caudillo sigue ocupando los alrededores y no hay indicios de que se vaya a levantar la vigilancia en los próximos días. Más inquietos que él, los miembros del comando pasan las horas muerta entre el camping y los alrededores de Ayete. Llovizna en San Sebastián, pero el agua no altera el pavimento removido,. No hay peligro para el material explosivo. Las pilas eléctricas y el radiotransmisor están protegidos por lona militar procedente de una base norteamericana.
Tampoco este verano de 1962 hacen vacaciones los organismos internacionales que canalizan las inversiones hacia España. El nueve de agosto se hace público el informe del Banco Mundial sobre la economía española redactado por un equipo de expertos que recorrieron meses antes la Península. En el Informe, que augura importantes ayudas al Régimen del general Franco, se vierten algunas recomendaciones: aumento de la competencia bancaria, mayor liberación de las importaciones y reducción del arancel de 1960, mejorar el sistema de transportes y emprender una reforma de las carreteras. El diez de agosto Franco se reúne con sus ministros en El Pazo de Meirás. El once, el enlace tiene una buena noticia que ofrecer. El alcalde de la ciudad preside un homenaje de La Coruña al Caudillo. Todo indica que el general Franco se dispone a dar por terminada su estancia en Galicia. El día doce visita Santiago de Compostela.
Ese mismo día el D- I, cuyo objetivo más importante es el atentado de Ayete, despliega fuerzas para realizar una nueva acción espectacular. Una bomba hace explosión en la Basílica de El Valle de los Caídos, el mausoleo de los muertos de la guerra civil. El artefacto estalló detrás del altar, al terminar la misa de la mañana. El D - I reivindica el atentado y se permite redactar esta octavilla: “Franco: ni en tu tumba te dejaremos descansar”.
Pero el día 12 se pierde la pista del Caudillo. El enlace recoge informaciones y las sopesa minuciosamente. Tiene que decidir algo trascendental y lo hace. Cree que Franco ha emprendido viaje por carretera a San Sebastián. El comando en Ayete recibe la noticia y sin esperar una verificación completa desempaqueta las pilas, abre el pavimento y las conecta al mecanismo que recibirá la onda explosiva. La decisión ha sido tomada. Rápida y eficazmente es cerrado el túnel y el comando se aleja del lugar. Los miembros del comando tendrán que permanecer vivaqueando en las cercanías, ocultos en la vegetación y escudriñando con los prismáticos los movimientos de la guardia - que ya ha aparecido - y la llegada de la caravana.
Desde el día 12 desaparecen las noticias sobre el Jefe del Estado. Se sabe que su esposa, doña Carmen Polo, llega el quince a Oviedo y el dieciséis se dirigía a sus posesiones de La Llanera.
El diecisiete el comando se sobresalta. Doña Carmen llega a San Sebastián. Los jóvenes libertarios la ven llegar a Ayete, pero observan que en la comitiva no figura el coche del Jefe del Estado. Con los nervios tensos mantienen dormido el aparato transmisor. Han estado a punto de enviar la onda. En pocos segundos han tenido que decidir no hacerlo.
A las 7’45 de la tarde del veinte de agosto fondeaba en aguas de la bahía de La Concha el Azor, yate privado de Su Excelencia el Jefe del Estado, en el que viajaba el general Franco acompañado de sus ministros del Ejército y de la Marina. Contrariamente a lo que había sido habitual en años anteriores, esta vez se había preparado un aparatoso recibimiento con gran protocolo oficial. La población de la ciudad donostiarra había sido invitada a saludar al Jefe del Estado y las calles aparecieron engalanadas. En el muelle de atraque esperaban al Caudillo, con las autoridades locales y provinciales, el vicepresidente del Gobierno, Capitán General Agustín Muñoz Grandes, el ministro de Jornada Castiella y los directores generales de seguridad y de la Guardia Civil.
Para romper más la tradición, las maniobras de atraque del Azor se prolongaron más de lo habitual y Franco fue saludado largamente por sus servidores. A continuación, el Jefe del Estado subió ostensiblemente a un coche descubierto - en años anteriores, sin recibimiento oficial, había utilizado un automóvil cerrado - y la caravana recorrió despacio las calles de la ciudad para dirigirse a la residencia de Ayete.
¿Qué había ocurrido? Desde la llegada de doña Carmen, el diecisiete de agosto, la ansiedad y el desconcierto se habían apoderado del comando del D - I. Dos días después, el 19, con un incremento inquietante de las patrullas de vigilancia, el grupo se dejó ganar por la inseguridad. Habían interrumpido la conexión con el “Submarino” y el enlace se hallaba tan desconcertado como ellos. El Caudillo había dejado que su esposa siguiera sola a San Sebastián y el grupo ignoraba que se hubiera embarcado en el Azor. Y aun si lo supo, desconocía, cuando decidiría llegar a San Sebastián. La madrugada del diecinueve sorprendió al comando enzarzado en una discusión que había nacido un día antes. El grupo se había dividido en dos posturas. Una aconsejaba dejar “dormir” la mina. Las pilas eléctricas se desactivarían al caer ese día o, a lo sumo, el siguiente y puesto que no habían sido descubiertos lo prudente era mantener enterrado el explosivo a la espera de una ocasión más propicia. La otra postura insistía en la necesidad de explosionar la carga. Dejar “dormir” el proyecto durante más tiempo cuando el grupo tenía otros en cartera significaba aventurarse demasiado. No habiendo podido cumplir el objetivo era conveniente librarse de la carga que suponía, además un peligro para la población civil. La explosión, de todas formas, serviría a efectos propagandísticos y podría ser tenida como la culminación de un valioso proyecto de entrenamiento. Para resarcirse del fracaso el grupo emprendería de nuevo otro proyecto. Esta vez se trataría de matar a Franco en el centro de Madrid. Dos de los jóvenes harían un viaje sin retorno.
El veintiuno de agosto la Prensa española publicaba una noticia sepultada en un rincón de los diarios, según la cual había hecho explosión, el día 20, un artefacto en un descampado de la cuesta de Aldapeta, en la carretera de San Sebastián a Hernani, entre los caseríos de Arquiza y Borda. La explosión, minimizada por la nota y fijada con un día de retraso, “sólo había producido la rotura de cristales en un noviciado de monjas cercano al lugar”. La nota no dijo que hubo gran alarma en San Sebastián y que numerosos turistas suspendieron sus vacaciones, con gran atasco en la frontera de Hendaya. La prensa francesa dio cuenta de un “fallido atentado contra el Jefe del Estado Español”.
Ese mismo día fueron detenidos los presos que se habían fugado del penal de San Miguel de los Reyes.

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